«La
reforma agraria es irreversible». Esta fue una frase una y otra vez
repetida por los portavoces del gobierno militar presidido por el
general Juan Velasco Alvarado. Leída desde hoy, Día del Campesino,
cuarenta y tres años después de que su gobierno diera la Ley de Reforma
Agraria que liquidó los latifundios del país, nos recuerda que la
historia está llena de ejemplos de transformaciones que en su momento
parecieron definitivos, pero que el paso de los años reveló que, debajo
de ellos, había procesos y poderes capaces de revertirlos.
En
efecto, cuarenta y tres años después, nuevamente, en el campo peruano,
más precisamente, en la costa rural, reinan los latifundios. Alrededor
de un tercio de las tierras más ricas del Perú están hoy en manos de
empresas que poseen más de mil hectáreas cada una. Cincuenta de ellas
poseen en conjunto alrededor de un cuarto de millón de hectáreas. Un
solo grupo económico controla 80 mil hectáreas, un área tres veces más
grande que el valle entero de Chancay-Huaral. ¡Vaya que la reforma
agraria sí fue reversible! Por lo menos en lo que a concentración sobre
la propiedad se refiere.
Pero la
reforma agraria no fue solamente expropiación de latifundios y
redistribución de tierras; también contribuyó a desterrar aberraciones
sociales características del régimen de haciendas, como la persistencia
de relaciones serviles, más propias de sociedades feudales que de
sociedades capitalistas modernas. La reforma agraria hizo, pues, una muy
importante contribución a la democratización de la sociedad rural. Es
menester reconocer que esto fue posible gracias a lo masivo e intenso
del movimiento campesino en los años previos a la reforma, que
debilitaron el poder de la clase terrateniente y cuestionaron el
anacronismo de las relaciones sociales prevalecientes.
Se
critica mucho a la reforma agraria por los efectos negativos que tuvo
para la producción agraria. Sin embargo, como se muestra en esta
edición, no fue el desastre que muchos sostienen que hubo. Hay, sí, una
opinión compartida entre quienes se oponen a la reforma y quienes la
apoyan, que reconoce que fue una deficiencia el que el gobierno militar
no hubiese hecho los esfuerzos suficientes para capacitar a los nuevos
dueños y garantizar un buen manejo de las empresas cooperativas que
reemplazaron a las haciendas. Es claro que los problemas que surgieron
por la carencia de una buena gestión fueron causa principal de que las
cooperativas acabasen, a los pocos años, parceladas y liquidadas por sus
propios trabajadores-propietarios.
Con
motivo del Día del Campesino 24 de junio, varios gremios agrarios en los
que predominan los pequeños agricultores han emitido y publicado en los
diarios sus saludos a los campesinos del país y han aprovechado para
plantear sus reclamos, entre ellos más crédito, promoción de la
asociatividad, más recursos para el Ministerio de Agricultura, apoyo a
las cooperativas, etc. Estas demandas son, sin duda, justificadas y su
satisfacción es deseable y necesaria. Pero no hay referencia al proceso
de concentración de la propiedad de la tierra ni a la conformación de
nuevos latifundios. La reforma agraria fue posible gracias a un intenso
movimiento campesino. Sin apoyo social, no será fácil que las
iniciativas parlamentarias dirigidas a ponerle fin al actual
acaparamiento de tierras sean aprobadas. Los gremios deben reflexionar
sobre los riesgos que para la pequeña agricultura tiene un agro en el
que las corporaciones latifundistas desempeñan, cada vez más, un rol
protagónico.
LA REVISTA AGRARIA Nº 141 : Identidades indígenas...
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