Este
número de La Revista Agraria es, estimado lector, extraordinario. Para
celebrar los 25 años de vida de nuestra revista, hemos solicitado la
colaboración de un grupo de especialistas de primera línea en diversos
temas vinculados a la cuestión agraria y rural. A todos ellos, amigos de
La Revista Agraria, les agradecemos por su generosidad y buena
disposición. Nuestros lectores se lo merecen.
La diversidad de temas tratados da cuenta de la amplitud de la cuestión rural. Está la dimensión social: los movimientos sociales del campo; las organizaciones campesinas y de poblaciones nativas; los reclamos a un Estado indiferente, por una mayor atención a la agricultura familiar; la emergencia de la cuestión indígena liderada por las poblaciones amazónicas; el debilitamiento de las instituciones rurales y la resistencia de las poblaciones a cambiar sus modos de vida, una tensión provocada por la presencia de las industrias extractivas. Están los conflictos ambientales —son la mayoría, según el registro pormenorizado mensual de la Defensoría del Pueblo— por el acceso y el uso de los recursos naturales; por el agua; contra la contaminación de lagunas y ríos; contra la abusiva alteración del paisaje y la excesiva concentración de la propiedad de la tierra.
En el Perú, no hay manera de referirse a la cuestión rural si no se considera a las comunidades campesinas. Son más de seis mil, y varios millones los comuneros; están en el centro de la configuración de la sociedad rural de la sierra y, en parte, de la costa norte. Las políticas que pretenden alentarlas y protegerlas o deprimirlas y desprotegerlas tienen impactos más allá de los límites comunales. Pero la sensación es que ningún gobierno ha sabido, podido o querido aprovechar el capital social de las comunidades para potenciar su desarrollo socioeconómico y aprovechar también sus conocimientos acumulados por generaciones en el manejo de la compleja ecología y biodiversidad de los Andes.
Se dirá que en los últimos años hay un cierto despertar de las poblaciones urbanas hacia los productos de la agricultura campesina que están contribuyendo al boom gastronómico y comienzan a ser demandados cada vez más en las ciudades y en el extranjero. Es cierto. Esta alianza cocinero-campesino es básicamente una iniciativa de la sociedad civil —chefs, restauradores, pequeños agricultores y campesinos—, que merece mucha mayor atención y apoyo por el Estado, que parece deslumbrarse solamente ante los espárragos, pimientos, paltas y uvas exportados por la gran agroindustria.
La seguridad alimentaria va mucho más allá de la gastronomía, y aquí también la agricultura familiar tiene un papel esencial como principal abastecedora de alimentos del país. La agricultura también puede tener su lado oscuro y peligroso, al que se le puede poner un nombre: Vraem (el lector recordará que, hasta hace poco, era el VRAE, pero luego se le agregó la «M» del valle del Mantaro: qué mayor confirmación de que las áreas cocaleras y su procesamiento avanzan).
En estos breves párrafos hemos querido dar un rápido flash de lo variado de la cuestión agraria y rural, reflejado en la diversidad de artículos de esta edición, que esperamos contribuya a la mejor comprensión de este complejo sector.
Fernando Eguren
Director
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