miércoles, 23 de enero de 2008

El problema étnico: esperanza y riesgo

Con preocupación, el diario El Comercio alerta, en su edición del domingo 13 de enero, sobre el hecho de que las demandas constantes de la población del departamento de Puno por mayor atención del Estado están adoptando “un contenido étnico”.

Recordemos que Puno ha ocupado las primeras planas de los diarios cuando hubo el linchamiento del alcalde de Ilave. Varios comentaron, en un sentido crítico, que este era un comportamiento propio de la cultura aymara.

Lamentablemente los linchamientos también ocurren en otras partes del país que no tienen población aymara, incluyendo la ciudad de Lima, por lo que esa explicación, no exenta de racismo, carece de todo sustento. También Puno ha llamado la atención por otros hechos amplificados por la prensa, como la multiplicación de las casas ALBA y el decidido apoyo del presidente regional al presidente venezolano Hugo Chávez.

A diferencia de Bolivia y Ecuador, el tema de la pluralidad de culturas y etnias apenas merece más atención en el Perú que la que le prestan algunos antropólogos y filósofos. No ha logrado motivar la generación de movimientos sociales, como ha ocurrido en los países mencionados, ni ha llamado la atención de la opinión pública. A este respecto, como al que tiene que ver con el evidente racismo de origen colonial, nuestro país tiene una posición: la del avestruz.

La reivindicación étnica puede tener muchos contenidos. El más obviamente legítimo es el que reclama el reconocimiento de su particularidad y la igualdad de derechos en una sociedad en donde constituyen, los grupos étnicos, minoría pobre y marginada. Es por demás evidente que en el Perú existe una inaceptable segregación étnica. Baste mencionar el hecho que los millones de peruanos y peruanas que no tienen como lengua materna el castellano están en una situación de inferioridad con relación al resto de la población en las diferentes dimensiones de la vida. En el Perú el ser quechua o aymara, sobretodo, pero también poblador nativo amazónico, es cargar con un estigma.

Las poblaciones de etnias minoritarias generalmente son predominantemente rurales, lo cual significa una doble segregación, dada la escasa atención del Estado y del sector privado por las áreas rurales, sobre todo en la sierra y selva.

No es de extrañar, pues, que aymaras, quechuas y amazónicos acudan a fortalecer una identidad étnica para lograr articular a quienes se sientan como parte de una colectividad, y aumentar así su capacidad de presión para acceder a derechos y recursos que les son negados, incluyendo el reconocimiento a su propia dignidad.

Existe el riesgo, es cierto, que la orientación del movimiento étnico desemboque en el racismo y la demagogia, como lo es, en Bolivia, la parte minoritaria pero influyente del movimiento aymara conducida por Felipe Quispe, llamado El Mallku.. Este riesgo, sin embargo, no debe ser un argumento para desconocer la justicia de la reivindicación étnica, y menos aún para desconocer que la principal causa de las reivindicaciones más extremas es el desprecio hacia esos sectores de la población, compartido por los gobiernos de turno y la mayor parte de las clases política y empresarial.

En buena medida depende de los cambios de actitudes de estos sectores y del diseño y aplicación de políticas públicas que sean, al mismo tiempo, incluyentes y respetuosas de las diferencias culturales, el que el movimiento étnico contribuya a la construcción de un país al mismo tiempo único y diverso, al fortalecimiento de la democracia y a un desarrollo económico más equitativo y descentralizado