viernes, 5 de junio de 2009

Bagua: drama que se debió evitar


No podemos desligar la protesta de las poblaciones nativas y los luctuosos hechos de Bagua, que ha cobrado hoy día la vida de pobladores y de la policía, del discurso presidencial expuesto en el manifiesto “El síndrome del perro del hortelano”.

Recordemos algunos pasajes del artículo de Alan García publicado por El Comercio el 28 de octubre del año 2007 (las cursivas son mías):

“Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hec-táreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, ad-más cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar y millones de hectáreas de mar a los que no entran jamás la maricultura ni la producción.”

“Para que haya inversión se necesita propiedad segura [de la tierra], pero hemos caído en el engaño de entregar pequeños lotes de terreno a familias pobres que no tienen un centavo para invertir…”

“Pero la demagogia y el engaño dicen que esas tierras no pueden tocarse porque son objetos sagrados y que esa organización comunal es la organización original del Perú…”.

“Este es un caso que se encuentra en todo el Perú, tierras ociosas porque el dueño no tiene formación ni recursos económicos, por tanto su propiedad es aparente. Esa misma tierra vendida en grandes lotes traería tecnología de la que se beneficiaría también el comunero.”

“..aquí todavía discutimos si la técnica minera destruye el medio ambiente, lo que es un tema del siglo pasado, claro que antes lo destruía y los problemas ambientales de hoy son básicamente por las minas de ayer, pero en la actualidad las minas conviven con las ciudades sin que existan problemas…”

“..el viejo comunista anticapitalista del siglo XIX se disfrazó de proteccionista en el siglo XX y cambia otra vez de camiseta en el siglo XXI para ser medioambientalista.”

“…existen verdaderas comunidades campesinas, pero también comunidades artificiales, que tienen 200 mil hectáreas en el papel pero solo utilizan agrícolamente 10 mil hectáreas y las otras son propiedad ociosa, de 'mano muerta', mientras sus habitantes viven en la extrema pobreza y esperando que el Estado les lleve toda la ayuda en vez de poner en valor sus cerros y tierras, alquilándolas, transándolas porque si son improductivas para ellos, sí serían productivas con un alto nivel de inversión o de conocimientos que traiga un nuevo comprador.”

Con claridad el presidente García va al fondo del problema: ¿quién debe disponer de los recursos naturales del país que, constitucionalmente, son de toda la nación? La gran inversión. ¿Quiénes no deben disponer de ellos? Las comunidades. ¿Por qué? Porque no tienen ni la educación ni los recursos económicos suficientes. Y como no tienen educación ni economía, sus derechos de propiedad no son plenos, es aparente.

Los decretos legislativos de junio del 2008 son la expresión normativa de este discurso, que es claramente excluyente de las comunidades campesinas y poblaciones nativas amazónicas. La reacción de estas poblaciones es contra la violación a sus derechos sobre sus tierras y territorios. Los canales formales para atender la demanda de que estos decretos legislativos sean cambiados desgraciadamente no han funcionado y más bien han mostrado que las mesas de concertación han servido para ‘mecer’ a las poblaciones, corrompiendo lo que debía ser un legítimo método de negociación. No es de extrañar que, entonces, se hayan utilizado otros medios, como las movilizaciones y tomas de carreteras: la experiencia ha mostrado que sólo con medidas de fuerza el gobierno y el Congreso prestan atención. Vistas así las cosas, los principales responsables de estas movilizaciones son el gobierno y el Congreso.

Tampoco es de extrañar que, si a pesar de estas manifestaciones de protesta sigue la ‘mecida’, éstas se radicalizarán hasta llegar, lamentablemente, a la situación actual que ha cobrado la vida tanto de pobladores –ciudadanos- amazónicos como la policía, también ciudadanos. ¿De quién es la responsabilidad principal? De quienes toman las decisiones políticas: el gobierno y el Congreso.

¿Qué hacer? Un camino es negociar de verdad. Con lo ocurrido, el Ejecutivo y el Congreso han perdido legitimidad como interlocutores. La única institución pública con legitimidad es la Defensoría del Pueblo, que debería tomar la iniciativa y convocar a dicha negociación con los representantes de las poblaciones amazónicas. Además, deberían renunciar dos de los principales responsables políticos del drama que estamos viviendo, el presidente del Consejo de Ministros, Yehude Simons, y la ministra del Interior, Mercedes Cabanillas.

miércoles, 8 de abril de 2009

Gobierno avalará salvataje de la pequeña agricultura con US$ 70 millones


“El Gobierno otorgará un aval de US$ 70 millones para rescatar a los pequeños agricultores de una eventual quiebra. Este monto, otorgado por COFIDE, serviría de garantía para que la banca privada otorgue un crédito para que permita a los pequeños agricultores seguir adquiriendo insumos para la producción de alimentos. Así lo informó el ministro del Ambiente, Antonio Brack, quien además indicó que en garantía los pequeños agricultores pondrían su propia producción.

Brack, quien dio esta información al programa televisivo ‘Portal financiero’, de Canal N, informó que en todo el proceso del rescate se están tomando en cuentas los aspectos social, económico y ambiental.”

Todo lector medianamente enterado de la política del gobierno de Alan García levantará la ceja expresando algo de incredulidad ante esta noticia. No es algo que calce con lo que este gobierno suele hacer. Pero, amigo lector, tranquilícese. Recupere usted su confianza en la consistencia de este gobierno con sus orientaciones estratégicas, y lea a continuación el texto de la noticia real, publicado en El Comercio el 1 de abril en la página B1:

“El Gobierno otorgará un aval de US$ 70 millones para rescatar a Doe Run Perú (DRP) de un eventual cierre de sus operaciones en La Oroya. Este monto, otorgado por COFIDE, serviría de garantía para que la banca privada otorgue un crédito que permita a la minera seguir adquiriendo concentrados. Así lo informó el ministro del Ambiente, Antonio Brack, quien además indicó que en garantía DRP pondría sus acciones a disposición de COFIDE.

Brack, quien dio esta información al programa televisivo ‘Portal financiero’, de Canal N, informó que en todo el proceso del rescate se están tomando en cuentas los aspectos social, económico y ambiental.”

Como se sabe, los peruanos dependemos mucho de los pequeños agricultores porque son los principales productores de alimentos para el país. Son centenares de miles. Bien merecerían un apoyo.

Como se sabe, también, Doe Run es una empresa que mantiene una refinería en La Oroya, que da trabajo a 3500 personas, que asegura que dicha ciudad continúe siendo una de las diez más contaminadas del mundo -con miles de niños con exceso de plomo en la sangre- y que incumple sistemáticamente sus compromisos de reducir los niveles de contaminación. Que, además –nos informa El Comercio- tiene un solo propietario, un estadounidense con una fortuna de 4 mil millones de dólares, que tiene un avión privado de 40 millones de dólares (un poco más de la mitad del monto que el gobierno está comprometiendo del dinero público en apoyo a la empresa) y que tiene acumuladas multas por 900 millones de dólares en Estados Unidos por ‘incumplimientos ambientales’.

¿No les parece que todo esto es un escándalo? ¿Uno más?

jueves, 26 de marzo de 2009

La asociación de pequeños agricultores, una necesidad

Artículo publicado en el diario La República (26 marzo 2009)

Por Fernando Eguren (presidente de Cepes)

Hay un consenso sobre la necesidad de que los pequeños agricultores se asocien para lograr ciertas economías de escala que les permitan ser más competitivos. La pregunta es cómo, y esto suscita debates.

El DL 1020 propone una forma específica de asociación. Conveagro ha propuesto otra modalidad, el Régimen Especial del Productor Agrario (REPA). Por otro lado, hay formas de asociación ya existentes en nuestro agro: las cooperativas, las asociaciones de agricultores por línea de producto. Y las comunidades campesinas ¿acaso no son también asociaciones de pequeños agricultores?

Aunque la necesidad de asociación parezca obvia, no hay una discusión sistemática y ordenada sobre el tema. Diferentes tipos de asociaciones pueden corresponder a diferentes objetivos y tipos de agricultores. El problema surge cuando se pretende que un tipo de asociación sea el adecuado para todos.

‘Pequeña agricultura’ es un concepto que engloba una realidad diversa. Incluye una gran diversidad de productores agrarios. Hay los especializados en cultivos comerciales, totalmente integrados al mercado. Entre ellos hay monoproductores, como los de mango para exportación, y también los pequeños cafetaleros que, aunque especializados, tienen formas de producción ‘campesinas’, pues complementan sus cultivos de café con otros para el autoconsumo.

Los pequeños agricultores propiamente “campesinos” están vinculados al mercado, pero autoconsumen parte de su producción. Además, dada la escasez de tierras, deben también realizar actividades económicas extraprediales. Están los colonos de la selva alta, muchos de ellos  semiitinerantes. Y están asimismo las poblaciones nativas que también viven de la actividad agraria.

A esta diversidad se agrega el hecho de que hay pequeños agricultores que tienen una, 5, o 15 hectáreas, con grandes diferencias tecnológicas, económicas y de niveles educativos. El mundo de la pequeña agricultura es, pues, muy heterogéneo.

Por lo tanto, la discusión sobre la ‘asociatividad’ tiene que tomar en cuenta a qué tipo de pequeños agricultores se pretende asociar y con qué objetivos, sean estos facilitar el acceso al crédito y a mejores tecnologías, mejorar los canales de comercialización, o hacer inversiones que sirvan a varios productores.

Es conveniente, entonces, que existan varias formas de asociación que satisfagan diferentes necesidades y que se adecúen a una categoría social muy diversa.

La fórmula propuesta por el DL 1020 podría adecuarse, con algunas modificaciones, a cierto tipo de agricultores, no a los muy pequeños ni a las comunidades campesinas. Es posible que el REPA sea la mejor propuesta para los pequeños productores de cultivos sensibles que pueden ser afectados por los TLC. En cuanto a las comunidades campesinas habría que proponer normas que las incentiven a desempeñar funciones económicas que hoy no cumplen, y que podrían ser provechosas para las familias comuneras y para la propia institución comunal. 

jueves, 19 de febrero de 2009

¿Qué significa “desarrollo rural” en el Perú de hoy?

Artículo publicado en el diario La República (19 febrero 2009)

Por Fernando Eguren (Presidente de CEPES)

Hace pocos días fui invitado a hacer una exposición a un grupo de ciudadanos alemanes. El encargo fue exponer en 20 minutos el tema que encabeza este artículo. Para cumplir con el desafío opté por escribir 6 pastillas para guiar mi exposición. Tengo la sospecha de que para muchos lectores estas pastillas les pueden ser útiles. Así que aquí van.

1. Según el censo demográfico de 2007, la población total del país supera las 27 millones de personas; el 24% es rural. Sin embargo, con una definición más amplia de ‘población rural’, ésta puede llegar al 40%. Se estima que tres cuartas partes de esta población es ‘pobre’ o ‘muy pobre’, y se distribuye en las tres regiones. El desarrollo rural es, pues, una necesidad, pero se plantea en cada región también de manera distinta.

2. En el Perú hubo una muy importante reforma agraria entre los años 1969 y 1975. Todas las grandes haciendas fueron expropiadas. Pero la reforma agraria fue más importante social y políticamente (permitió la emergencia de una ciudadanía rural) que económicamente (se distribuyeron tierras pero no se apoyó la mejora de la producción).

3. Cuarenta años después, se aprecia que las políticas económicas neoliberales han promovido la concentración del control sobre la tierra en manos de empresas agrarias modernas dedicadas a la exportación, a la producción de agrocombustibles y a la explotación de minerales, gas y maderas. El agro peruano tiende a polarizarse así entre una parte, minoritaria, de empresas medianas y sobre todo grandes, modernas, capitalizadas  y orientadas a los mercados externos, y otra parte mayoritaria, de pequeños productores que producen para el mercado interno o el autoconsumo. Han quedado marginadas de la atención gubernamental la pequeña agricultura y las comunidades campesinas y nativas.

4. La costa es la región más moderna, urbana, y con mejores tierras. Allí se desarrolla la agricultura moderna de exportación y se concentran los obreros agrícolas. Esas empresas conviven con una pequeña y mediana agricultura orientadas a la producción para el mercado nacional.

En esta región, las posibilidades de un desarrollo rural están muy vinculadas (a) a la necesidad de mejoramiento sustancial de las condiciones laborales de los trabajadores asalariados y (b) al acceso de los pequeños agricultores a los servicios necesarios para la producción.

5. La sierra es la región más campesina, ‘tradicional’, culturalmente diferente, y también la más pobre, a pesar de que tiene importantes recursos. Predomina la pequeña propiedad y las comunidades campesinas. Aunque están vinculadas al mercado, una parte importante de sus economías está orientada al autoconsumo. Esta región es la que tiene más necesidades insatisfechas. Es la fuente de una importante y sostenida emigración de población joven hacia las ciudades. El enfoque de ‘desarrollo rural territorial’ pareciera el más adecuado para esta región, que plantea superar tanto la visión sectorialista de desarrollo rural, como la disyuntiva rural-urbano.

6. En la selva pueden distinguirse dos subregiones: la selva alta, más agrícola, de pequeños productores de alimentos tanto para el mercado como para el autoconsumo. Es también la región en donde se produce la hoja de coca para el narcotráfico, razón por la cual hay graves situaciones de conflicto. La selva baja es más forestal, con más presencia de comunidades nativas. Así como para la población de la sierra, el desarrollo rural de esta región requiere de un enfoque de desarrollo territorial.

Para que haya desarrollo rural en las tres regiones es indispensable el decidido y sostenido apoyo del Estado nacional y subnacional –hoy poco presente– tomando en cuenta, sin embargo, que los caminos al desarrollo rural en el Perú son diversos como diversos son sus espacios rurales.


martes, 11 de noviembre de 2008

Comentarios al libro "Derechos y conflictos de agua en el Perú"


Libro editado por Armando Guevara Gil - Fernando Eguren (octubre 2008)

1. Alex Guerra y Víctor Saco, El Derecho y la problemática del agua en el Perú
2. Laureano del Castillo Pinto, El régimen legal del agua
3. Iván Ortiz Sánchez, Autoridad de cuencas y gestión de recursos hídricos. Una aproximación
4. Carlos Pereyra, Conflictos regionales e intersectoriales por el agua en el Perú
5. Doris Balvín Díaz, Las cuencas andinas frente a la contaminación minera
6. Guido Bocchio Carbajal, Agua y minería: manejo de conflictos
7. Jan Hendriks, Gestión local de agua y legislación nacional en el Perú
8. Armando Guevara Gil, Derechos de aguas, pluralismo legal y concresión social del derecho.
9. Elizabeth Salmón Gárate, Pedro Villanueva Bogan, Los aportes del derecho internacional a la construcción del derecho humano al agua.

 Descargue el libro completo en PDF aquí 

Desde el año 1992 se viene discutiendo proyectos alternativos de una ley de agua. El primer proyecto cayó en las manos de Bertha Consiglieri, del CEPES, gracias a la infidencia de algún amigo del ministerio de Agricultura. Este primer proyecto, elaborado con sigilo, planteaba de manera tosca la privatización del recurso, no del derecho sobre el recurso, sino sobre el recurso mismo. Se mencionaba que el proyecto había sido elaborado por un abogado chileno, sobre la base de la legislación de aguas de ese país, pero era francamente bastante más burdo que su modelo original. La idea era crear las bases para el desarrollo de un mercado del agua.

Nos tocó al CEPES la misión de hacer público el proyecto mantenido en absoluta reserva, lo cual causó malestar en el ministerio de Agricultura, dirigido a la sazón por Absalón Vásquez (quien acaba de salir de prisión, acusado del fraude de las firmas falsificadas para la reelección del presidente Fujimori). A partir de ese momento Laureano del Castillo quedó prácticamente nombrado por el CEPES para que hiciese un seguimiento crítico de ese y de sucesivos proyectos de ley de aguas que fueron reemplazándose los unos a los otros, y que invariablemente fueron rechazados por los usuarios del campo en cuanta oportunidad de debate existió en esos años. Habían varias razones para este rechazo: el temor a la privatización del agua (posiblemente se mantenía en el recuerdo que el control sobre el agua fue uno de los mecanismos que permitió la expansión de las haciendas), pues en la costa sobre todo sin agua de riego no hay agricultura. Quien controla el agua, controla la tierra.

¿De dónde venía este impulso por cambiar la ley ____, dada por el gobierno de Velasco poco después de la reforma agraria, que declaraba que el agua era del Estado y solo del Estado? Posiblemente de varias fuentes, pero quizá la principal fue el Banco Mundial. El Banco fue sumamente activo para que los estados latinoamericanos adoptasen políticas neoliberales, una de cuyas características era apartar la mano del Estado de toda injerencia en los mercados, y convertir en mercancía todo lo que pudiese ser susceptible de compra y venta, aún los recursos naturales, considerados de la nación. El otorgamiento de préstamos por el Banco estaba supeditado a estos cambios. El gobierno de Fujimori no necesitaba demasiadas presiones para alinearse con las políticas del Banco.

Uno de los funcionarios de esa institución, un paquistano muy educado y refinado que, por lo demás, parecía una buena persona pero con convicciones económicas que rayaban en lo religioso, fue enviado por el Banco Mundial al Perú para predicar las ventajas de la privatización de los derechos del agua. Yo había leído un documento suyo en el que afirmaba que el único país en el mundo que tenía una legislación nacional para normar un mercado de derechos de agua era Chile. La pregunta caía por su propio peso, y se la plantée: ¿por qué pensaba él que un mercado de aguas era la mejor forma de asignar este recurso si sólo un país de cerca de doscientos lo había adoptado? Su lacónica respuesta fue “Es un proceso que recién está empezando”. Parece que este proceso no ha avanzado mucho.

El hecho es que mucha agua ha corrido bajo los puentes, y 16 años después del primer proyecto, aún no hay una nueva ley de aguas. Los sucesivos proyectos fueron ablandando su marca privatista, pues se pasó de privatizar el agua, a privatizar los derechos de agua, a –en versiones más recientes- a hablar de concesiones. No conozco ningún estudio sobre este largo y frustrante proceso para todas las partes, pues sí hay un sentimiento difundido entres los usuarios de diferente tipo y el propio Estado que la ley vigente, aún con las reformas posteriores (como la que da a las Juntas de Usuarios y Comisiones de Regantes la responsabilidad de la gestión del agua en el rubro que consume más agua, que es el agro). Ciertamente los recientes decretos legislativos que concentran en el ministerio de Agricultura la autoridad sobre el agua están lejos de satisfacer las demandas de un nuervo cuerpo normativo.

Si hay un sentimiento difundido de que se requiere un nuevo cuerpo normativo sobre el agua, las razones por las que se exigen cambios son diversas.

Este es uno de los temas principales del libro editado por Armando Guevara. Todos los autores sostienen que la legislación que era vigente cuando se editó el libro tenía que ser modificado (que fue impreso antes de los decretos legislativos 1081 –que crea el Sistema Nacional de Recursos Hídricos y la Autoridad Nacional del Agua (ANA) en el ministerio de Agricultura como ente rector, y el 1083, que declara de interés nacional la conservación del agua y su aprovechamiento eficiente).

Varios son los argumentos. Uno de ellos es que hay una oferta limitada del agua, subrayado por Laureano del Castillo (“El régimen legal del agua”). En primer lugar, porque los desplazamientos demográficos han ido ‘trasvasando’ la población de la cuenca donde abunda el agua –la gran cuenca oriental amazónica- hacia las múltiples pero pequeñas cuencas del occidente del país. En efecto, entre 1972 y 2007 la población en la costa se ha multiplicado por 2.4 veces, pasando del 46% a cerca del 55% de la población total.
El problema se agudiza por los efectos del cambio climático, que está acelerando la desaparición de los glaciares que proporcionan una parte importante del volumen de agua de los ríos que abastecen a la agricultura, las industrias y las poblaciones y que son fuente de hidroenergía. La legislación vigente no parece estar a tono con los riesgos que esta escasez plantea, sobre todo en la costa.
En mi opinión, el libro no refleja suficientemente la gravedad que plantea la escasez de agua, y de cómo esta escasez debe expresarse también en normas que regulen la gestión y el uso del recurso. Pero para ser justo, creo que la toma de conciencia de los efectos que el cambio climático puede producir sobre la oferta de agua, sobre todo en la costa, se ha acelerado en el último año. No es que no haya habido información previa, pero ser consciente de un problema no es resultado inmediato de disponer de la información necesaria. No dudo que si el seminario que origina el libro se realizase ahora, le daría más espacio a la relación entre la escasez del recurso y la necesidad de normas que permitan enfrentarla.

Jan Hendriks (“Gestión local de agua y legislación nacional en el Perú”) tiene otros argumentos que sustentan la necesidad del cambio de legislación sobre aguas. La legislación nacional, subraya, no recoge “el pacto social o acuerdo de convivencia entre personas distintas con intereses diversos”, lo cual lleva a “disociaciones que existen entre la legislación nacional y las realidades que existen y evolucionan al interior del país”.

No es de sorprender –digo yo- dado que la ley de aguas aún vigente –ley 17752- fue dada por el gobierno de Velasco sin ninguna participación de la sociedad civil ni, obviamente, de un inexistente Poder Legislativo. Tampoco fueron discutidas otras importantes normas dadas por el Ejecutivo (DS 37-89-AG que transfiere las responsabilidades de operación, mantenimiento y administración de los sistemas de riego a la Juntas de Usuarios, el DS 03-90 que establece el reglamento de Tarifa y cuotas por el uso del agua, y el DS 057-2000-AG, de Organización Administrativa del agua, y finalmente los recientes decretos legislati¬vos).

Hendriks precisa ejemplos de esta disociación entre la legislación y las prácticas reales:
- en el otorgamiento de los derechos de agua
- en los Criterios de asignación de agua
- en la determinación de tarifas, cuotas y aportes
- en los traspasos en el uso del agua y en
- las organizaciones de regantes.

En un acto de fe en las autoridades políticas, encomiable en el contexto político que vivimos, Hendriks plantea “…que el Estado pueda realizar esfuerzos más sistemáticos para conocer las distintas realidades locales y las diferentes nociones de derecho y de gestión de agua…”, y la legislación debe responder a criterios de “pluralismo legal, equidad, cohesión social y sostenibilidad”.

En realidad Hendriks va más allá de lo que son “intereses diversos”, y considera también la necesidad de respetar determinados valores individuales y comunes respecto al agua. En esto entronca muy bien con los planteamientos del artículo de Armando Guevara (“Derechos de aguas, pluralismo legal y concreción social del derecho”), para quien el tipo de relación de la sociedad con los recursos naturales es un hecho cultural, y como tal existen distintos ordenamientos normativos que no solamente deben ser conocidos y respetados, sino considerados en pie de igualdad con las normas estatales. La vocación de los ‘estados andinos’, desde que fueron fundados, subraya, ha sido la de bregar contra la diferencia.

Guevara lleva el debate hacia aguas profundas, como debe ser.

Entiendo que la visión de Guevara puede llevar a considerar a la legislación estatal, en las circunstancias que ignora otros ordenamientos normativos, como ilegítima para quienes la legitimidad está dada por estos otros ordenamientos diferentes. En todo caso, esta discordancia es una fuente de conflictos en las que son los últimos –lo que podríamos llamar las minorías culturales- los que llevan las de perder, pues son los que no tienen de su parte el apoyo de la autoridad oficial.

No sólo eso. Sobre todo en las áreas poco comunicadas, conocer la ley o no conocerla puede tener consecuencias muy grandes. Es el caso, tomando ejemplos de la realidad, que una comunidad no haya formalizado sus derechos de acceso a ciertas fuentes de agua a la que siempre han tenido derecho, por ignorancia de la norma, mientras que el conocimiento de la misma permite a una empresa minera a adquirir los derechos sobre ellas. Conocer o no la ley no es un hecho secundario en un país como el nuestro, en donde para comenzar el analfabetismo rural es muy alto (casi el 20% en el ámbito nacional, pero de alrededor del 25% en seis departamentos), y por tanto muy altas también las posibilidades de no conocer la ley escrita. Si el Estado –y ahora que hay gobiernos regionales, esto también les compete- no tiene una actitud proactiva para difundir las normas legales –y actitud proactiva no la tiene- entonces la ley siempre tendrá un sesgo contra los marginados.

Es sin duda un problema difícil, pues estando Guevara en lo justo en el reclamo al respeto a la diversidad, al mismo tiempo es también razonable que una legislación nacional establezca ciertas prioridades que obedezcan a necesidades nacionales -por ejemplo, derivadas de la creciente escasez del recurso- y que éstas estén por encima de aquellas normas particulares con la que puedan colisionar.

De donde se desprenden dos cosas: (1) la importancia de tomar en cuenta desde ahora estas consideraciones en la elaboración de una nueva ley de aguas, lo cual implica mecanismos de consulta, no para responder a algún prurito participacionista, sino para tomar nota y en cuenta la diversidad de situaciones y de usos y costumbres, y (2) la necesidad de la difusión y explicación de las normas, de modo que estas puedan efectivamente aplicarse en igualdad de condiciones –al menos en cuanto al conocimiento de las normas se refiere- y evitar o disminuir los sesgos anti-populares. Es lo que los anglosajones llaman ‘legal litteracy’, o algo asi como alfabetismo legal.

Para comenzar, las normas deberían ser traducidas a las lenguas nativas –el último censo muestra que 37% de la población rural tiene como lengua materna una diferente al castellano, pero en departamentos como el Cusco, Huancavelica y otros de la región centro y sur andina, los porcentajes pueden ser de alrededor del 80%.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Del agro a lo rural y los desafíos de la globalización


Publicado en la revista "Coyuntura. Análisis Económico y Social de Actualidad" (AÑO 4 Nº 19-20 / JULIO-AGOSTO / SETIEMBRE-OCTUBRE 2008)

Fernando Eguren
Presidente del Consejo Directivo del Centro Peruano de Estudios Sociales (Cepes)

El agro en la visión nacional del desarrollo

Luego de un intenso período de reformas agrarias en América del Sur —en las décadas de 1960 y 1970 las hubo en Colombia, Ecuador, Chile, Venezuela y Perú—, algunas moderadas, otras radicales, la cuestión agraria dejó de ocupar los primeros lugares en las agendas políticas. Durante las décadas siguientes, las políticas agrarias dejaron de orientarse hacia el ideal de un desarrollo nacional, en el que cumplían un papel de apoyo al crecimiento del sector manufacturero y a la expansión urbana. Después de todo, las reformas agrarias tuvieron como objetivo no solo aliviar las tensiones sociales rurales, sino ampliar el mercado interno para estimular la producción industrial y la provisión de alimentos destinada a cubrir la creciente demanda de las ciudades.

La modernización rural después de las reformas tuvo como principal impulsor —y aún lo tiene— el mercado internacional. Abandonadas las pretensiones de lograr un desarrollo nacional, el criterio orientador de la agricultura se desligó de toda búsqueda de sinergias con otros sectores de la economía doméstica —como la que hubo en el pasado—, para reducirse a la lógica microeconómica de maximización de las ganancias. Así, los esfuerzos públicos se concentran en crear las condiciones para que un número relativamente pequeño de empresas agrarias aprovechen las ventajas comparativas —suelos, climas y [contra] estaciones— y, en algunos casos, también competitivas, que ofrecen los mercados internacionales, sobre todo los del hemisferio norte.

El mercado, considerado en décadas pasadas como un conjunto de mecanismos e instituciones manipulables para lograr el desarrollo nacional, se convierte en un fin: lo que no triunfa en el mercado —internacional— no merece sobrevivir. Es esta convicción interesada la que impulsó la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, y que subyace al pensamiento del autor del manifiesto «El síndrome del perro del hortelano».1

Los desafíos de la globalización

Ahora bien, el proceso de globalización ha evidenciado problemas que se fueron incubando a través de los años, y que requieren respuestas que están a contracorriente con este concepto de modernización agraria. El espíritu de la «ley de la selva» es la búsqueda del desmembramiento de las partes más comercialmente apetecibles de las tierras comunales. Casi podríamos decir, de las tierras comunales que se encuentran en las cercanías de las ciudades o en lugares que, con solo algún esfuerzo público adicional, podrían disponer de infraestructura estatal —agua potable, electricidad, seguridad policial y carreteras— o donde, probablemente, haya yacimientos mineros. Esta motivación es embellecida con conocidos argumentos, como que lo que se busca es «liberar» a los campesinos o «sacarlos de la pobreza» mediante inversiones.

A su vez, la crisis energética ha generado una gran demanda internacional —con frecuencia inducida por decisiones políticas de las que no está excluida la acción de lobbies—2 de agrocombustibles —etanol y biodiésel—, lo que, por su lado, también genera problemas: monocultivo en extensas áreas, concentración de la propiedad de la tierra, uso intensivo de insumos químicos, deforestación para ampliar las áreas destinadas a la palma aceitera, desplazamiento de áreas en las que se deberían cultivar alimentos. Podrá el lector apreciar que esta relación de temas y problemas, que son los que ocupan la agenda internacional, confluye en los espacios rurales. A diferencia de las décadas de 1960 y 1970, en las que el problema agrario se resumía prácticamente en la superación de la polarización latifundio-minifundio y en la ampliación del mercado de manufacturas hacia los espacios rurales, actualmente los espacios rurales constituyen el locus en el que convergen los grandes desafíos de la globalización.

La disputa por los recursos

A los ya mencionados problemas, agreguemos dos más. Por un lado, el rápido crecimiento económico de varios países en desarrollo, sobre todo de los más poblados del planeta, China e India —entre ambos suman aproximadamente 38% de la población mundial—, ha incrementado la demanda por una variedad de recursos, entre ellos los mineros y energéticos. Como resultado, hay una competencia mundial entre grandes empresas y entidades de inversiones por acceder y explotar dichos recursos, para lo cual necesitan controlar los territorios debajo de los cuales estos se encuentran. En el caso del Perú, la mayor parte de dichos territorios pertenece a comunidades campesinas y poblaciones nativas. El sesgo de las políticas oficiales en el país ha sido sistemáticamente favorable a las primeras en detrimento de las segundas. Los decretos legislativos promulgados el mes de junio, que desconocen acuerdos internacionales vinculantes, particularmente el Convenio 169 de la OIT,3 no solo confirman sino acentúan este sesgo. Una muestra de esta situación es la reciente movilización de la población nativa —en pleno desarrollo mientras escribimos este artículo— en diferentes espacios de los departamentos de Amazonas, Loreto y Cusco, en contra de lo que considera la violación de sus derechos sobre los recursos naturales que constituyen su hábitat ancestral.

Por otro lado, el modelo de modernización de la agricultura peruana reposa sobre la gran agricultura de exportación, estimulada por un marco normativo favorable y por el acceso a recursos financieros, conocimiento técnico e información de mercados que le permite aprovechar las propicias condiciones naturales del país, particularmente de la costa. La mediana agricultura tiene dificultades para acceder a dichos recursos, mientras que la pequeña agricultura está en una posición de clara desventaja. Todo ello conduce a que en las zonas más dinámicas de la costa, empresas e inversionistas ejerzan una creciente presión sobre las tierras de los pequeños agricultores, revalorizadas por las perspectivas del incremento de la agricultura de exportación.

Como resultado de estas dos tendencias, en al agro peruano se va acentuando la concentración del control sobre la tierra, a lo que se suma la política de transferir a grandes inversionistas las nuevas tierras ganadas por obras de irrigación financiadas con recursos públicos, y la conformación o ampliación de enormes empresas para la producción de insumos —particularmente caña de azúcar y palma aceitera— para agrocombustibles. Aunque es obvio que no puede descartarse la necesidad de invertir en los espacios rurales, es difícil pensar en un modelo de crecimiento más inequitativo y excluyente, que conduce a una concentración de los ingresos y a la profundización de las injusticias sociales. Este es el marco que explica buena parte de los conflictos sociales y la baja estima de la población del interior del país por el gobierno y, en general, por las instituciones políticas, tal como lo expresan repetidamente las encuestas de opinión. Queda claro que todos los programas compensatorios —Juntos, el Fondo de Cooperación para el Desarrollo Social (Foncodes) y cualquier otro que se nos pueda ocurrir— son, si no inapropiados, claramente insuficientes para contrarrestar una desigualdad constantemente alimentada por la propia estructura de propiedad de los recursos y medios de producción, así como por las leyes y normas que la refuerzan. Las políticas redistributivas pueden aliviar esta desigualdad pero no resolverla, pues está anclada en la misma forma en que se organiza la economía y en las concepciones que los «decisores de políticas» tienen sobre el desarrollo económico. La confluencia de propósitos e intereses entre el poder económico y el poder político en este segundo gobierno del APRA es casi completa.

Pero resulta que con relación a estos procesos —que, como ya lo mencionamos, están vinculados directa o indirectamente a la globalización y tienen su locus principal en los espacios rurales—, surgen planteamientos y respuestas que resultan contrarios a los que se implementan en el Perú. Planteamientos y respuestas que no provienen de grupos «contestatarios» sino, como veremos, de instituciones intergubernamentales —entre ellas el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)— que cumplieron, en un pasado no lejano, un activo papel en difundir, cuando no forzar, la adopción de políticas neoliberales.

La revalorización de la pequeña agricultura

El último Informe anual del Banco Mundial está íntegramente dedicado a la agricultura, lo que no ocurría desde 1982. En él se subraya la importancia de la pequeña agricultura para enfrentar la pobreza rural, garantizar la seguridad alimentaria y defender el medio ambiente:

«En los países urbanizados, que comprenden casi toda América Latina y gran parte de Europa y Asia central —leemos en el informe— la agricultura puede ayudar a reducir la pobreza rural que aún persiste, si los pequeños agricultores se convierten en proveedores de los mercados modernos de alimentos, si se generan buenos empleos en la agricultura y la agroindustria y se introducen mercados para los servicios ambientales». Pero para que ello ocurra, «hace falta la mano visible del Estado en la tarea de brindar servicios públicos esenciales, mejorar el clima para la inversión, regular la ordenación de los recursos naturales y garantizar la obtención de resultados sociales deseables».

En el caso específico del Perú, ninguna de las inversiones de origen privado en la agricultura moderna se destina a proveer alimentos a la población nacional, sino que está íntegramente orientada a la exportación, y solo la producción marginal que no califica para los mercados externos se queda en el país. La otra gran inversión privada en marcha es la destinada a los agrocombustibles: el área prevista para la producción de caña de azúcar para etanol y de palma aceitera para biodiésel es, por lo menos, similar al área total dedicada hoy día a cultivos de exportación no tradicional. En contraste, el íntegro de la producción agraria destinada a alimentar a la población peruana proviene de medianos y, sobre todo, pequeños agricultores. Es hacia este sector mayoritario de productores hacia donde «la mano visible del Estado» debería orientarse.

El apoyo a la pequeña agricultura es también la manera más eficaz de combatir la pobreza rural que, como se sabe, en el Perú aqueja a cerca de las tres cuartas partes de la población rural. Con referencia a este punto, afirma el Informe que «más del 80% de la disminución de la pobreza rural [en el mundo] puede atribuirse a que las condiciones en las zonas rurales han mejorado, y no a que los pobres han abandonado esas áreas. En consecuencia, y a pesar de la impresión general, la migración a las ciudades no ha sido el principal instrumento para la reducción de la pobreza en las zonas rurales (y en el mundo)». En el caso de América Latina, se calcula que el crecimiento total originado en la agricultura fue 2,7 veces más eficaz en reducir la pobreza que el crecimiento generado en otros ámbitos. En síntesis, la intervención de la «mano visible del Estado» en apoyo a la pequeña agricultura es un medio eficaz para hacer retroceder la pobreza rural.4

Para que haya un crecimiento del agro orientado a enfrentar la pobreza y a mejorar la seguridad alimentaria, entre otras cosas es «necesario mejorar la disponibilidad de activos de los pobres de las zonas rurales», pues estos se pueden ver contrarrestados «por el crecimiento de la población, la degradación ambiental, la expropiación que realizan los intereses dominantes y el favoritismo social en las políticas y en la asignación de bienes públicos».5

A diferencia de las dos primeras amenazas, que son procesos complejos que llevan una gran inercia, las dos últimas son rasgos que caracterizan la alianza económico-política a la que hemos hecho referencia. Si la pequeña agricultura es esencial para combatir la pobreza, también lo es para mantener la biodiversidad. Según la FAO, «la pequeña agricultura es el principal agente guardián de la biodiversidad y su tarea es asegurar la conservación y la utilización sostenible de los recursos naturales y el entorno productivo».6

También lo es para enfrentar la amenaza del hambre y los efectos adversos del cambio climático y de la bioenergía, como se ha reconocido en la Conferencia Mundial convocada por la FAO en junio pasado para que los gobiernos tomen acuerdos sobre esos temas. En la Declaración Final se lee: Instamos a los gobiernos a asignar una prioridad apropiada a los sectores agrícola, forestal y pesquero con el fin de crear oportunidades que permitan a los agricultores y pescadores en pequeña escala del mundo, entre ellos los pueblos indígenas y en particular en zonas vulnerables, la participación y la obtención de beneficios de los mecanismos financieros y flujos de inversión destinados a prestar apoyo ante la adaptación, la mitigación y el desarrollo, transferencia y difusión de tecnología en relación con el cambio climático.7

El gobierno y los compromisos internacionales

El gobierno peruano firmó esta declaración, como tantos otros documentos internacionales que protegen a los sectores sociales más vulnerables y al medio ambiente. Algunos de ellos constituyen un compromiso moral; otros son acuerdos vinculantes, como la ya mencionada Convención 169 de la OIT. Pero la práctica está demostrando que ni el compromiso moral ni los acuerdos que son leyes son suficientes para que el Estado limite y encauce los intereses de los grandes inversionistas con el fin de que sean compatibles con un desarrollo socioeconómicamente inclusivo, equitativo y sostenible del país. Cabe mencionar que, en mucho, la responsabilidad también alcanza a los gobiernos regionales. Queda abierta la pregunta de si los temores expresados por los organismos internacionales sobre, por un lado, las condiciones ambientales y, por otro, la persistencia de la pobreza —agravada por la elevación de los precios de los alimentos— son suficientes para cambiar su propio comportamiento y para influir en los gobiernos —en particular en el nuestro— para que reorienten sus políticas dirigidas a los espacios rurales. En el pasado, esos organismos influyeron decisivamente en imponer las políticas neoliberales que agravaron los problemas mencionados al inicio. Un mínimo acto de contrición debería llevarlos a que hoy ejerzan su influencia para que los gobiernos redefinan esas políticas.


1 Artículo publicado por el presidente Alan García en El Comercio, 28 de octubre de 2007.
2 Véase, entre otras muchas publicaciones, Runge, C. Ford, y Benjamin Senauer. «How Biofuels Could Starve the Poor». Foreign Affairs, mayo-junio de 2007.
3 Véase el texto en <http://www.ilo.org/public/spanish/region/ampro/lima/publ/conv-169/convenio.shtml>.
4 Obra citada, p. 5. fileadmin/user_upload/foodclimate/HLCdocs/declaration-S.pdf>.
5 Obra citada, p. 7.
6 «La pequeña agricultura al rescate de la biodiversidad». Disponible en <http://www.fao.org/regional/LAmerica/dma/dma2004/jimenez.htm>.
7 Declaración de la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial: Los Desafíos del Cambio Climático y la Bioenergía. Roma, junio de 2008. Disponible en <http://www.fao.org/


Publicado en la revista "Coyuntura. Análisis Económico y Social de Actualidad" (AÑO 4 Nº 19-20 / JULIO-AGOSTO / SETIEMBRE-OCTUBRE 2008)


miércoles, 23 de julio de 2008

Perú ¿país agrario?


Fernando Eguren (CEPES) y Fernando Cillóniz - INFORM@CCION debaten sobre la actual situación del sector agropecuario de Perú.

sábado, 12 de abril de 2008

¿Soberanía alimentaria o seguridad alimentaria?


Hay un debate que tiene como centro determinar cuál es la opción que deben adoptar los países con relación a la alimentación: seguridad alimentaria o soberanía alimentaria. Ambos conceptos tienen en común el objetivo de lograr que toda la población de un país esté bien nutrida, para lo cual debe poder acceder en todo momento a los alimentos necesarios. Pero discrepan en el cómo. El primer concepto[1] no implica necesariamente un apoyo a la producción doméstica de alimentos, pues estos podrían ser importados, y se lograría la seguridad alimentaria si es que todos pueden acceder a ellos. En principio, pues, y siguiendo la teoría de las ventajas comparativas, un país podría tener y exportar recursos de los que dispone abundantemente (ej.: petróleo u otro recurso natural) y a cambio importaría todos los alimentos que necesita, sin necesidad de producirlos. El mercado es aquí el que manda (¡y los acuerdos comerciales internacionales!).

El segundo reclama, sobre todo, el derecho de los estados de definir con autonomía su política alimentaria y agraria; en segundo lugar, la necesidad de asegurar la satisfacción de la demanda de alimentos interna con producción nacional; en tercer lugar, el papel protagónico de los campesinos en la producción de alimentos. Puesto que esta es una propuesta que va a contracorriente de los acuerdos comerciales en boga, y es promovida por Vía Campesina, considerada como una organización muy radical para los tiempos, la propuesta de soberanía alimentaria es rechazada más o menos veladamente por las organizaciones intergubernamentales, las organizaciones financieras multilaterales, y la mayor parte de los gobiernos.

Sin embargo, las formas específicas que va adoptando el proceso de globalización y sus consecuencias sobre la alimentación, sobre todo de los sectores más pobres, están dando argumentos sólidos a favor de la soberanía alimentaria. La apertura internacional de los mercados y los acuerdos bi y multilaterales restringen severamente las opciones de los gobiernos para definir políticas orientadas a proteger a sus ciudadanos de amenazas que afectan la seguridad alimentaria. Por el contrario, quienes levantan la necesidad de la soberanía alimentaria apuntan a la necesidad de que los países ejerzan su derecho “a definir con autonomía su política alimentaria y agraria”. En efecto, lo que está ocurriendo actualmente es que:

Los precios internacionales de los alimentos están subiendo y empujan hacia arriba los precios nacionales. Se perjudican los países pobres y, dentro de ellos, los sectores poblacionales de menores ingresos.
Los incentivos económicos para la producción de biocombustibles están presionando el uso de la tierra para cultivos orientados a esta industria, en vez de destinarla para la producción de alimentos.

Estimulada por la elevación de los precios internacionales de los productos agrícolas, la apertura de los mercados agrarios permite las compras de tierras agrícolas a escala global por entidades financieras con fines especulativos. Según la agencia Reuters (13/03/08), “los bancos de inversión y los fondos de cobertura (hedge funds) están barriendo grandes áreas de tierra agrícola en el mundo”.

La agricultura basada en el petróleo (úrea, combustible para motores y para transportar productos agrícolas a grandes distancias, etc.) es cada vez más cara e ineficiente (en términos de balance energético), debe ser reemplazada paulatinamente por una agricultura basada en fuentes de energía renovable, y por un acercamiento de la producción al consumo (reemplazo de importaciones por producción doméstica)[2], punto este último defendido por los partidarios de la soberanía alimentaria.

Para contrarrestar estas cuatro tendencias es necesario que los gobiernos tengan mayor autono­mía para definir sus políticas agrarias y alimentarias, que la producción doméstica esté en la ca­pacidad de proveer lo sustancial de las necesidades alimentarias de toda la población y que, por ende, se apoyen a los pequeños y medianos productores agrarios, que son los principales pro­veedores de alimentos del país. Esto no significa autarquía ni aislamientos de los mercados, sino gestión de los mercados en función de los intereses nacionales (de toda la población). Es casi lo mismo que han hecho los europeos en los últimos sesenta años.

[1] Según la FAO “existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades nutricionales y sus preferencias alimentarias a fin de llevar una vida activa y sana”. Ver http://www.rlc.fao.org/prior/segalim/

[2] Ver John Earls, La agricultura andina ante una globalización en desplome. PUCP/CISEPA. Lima, 2007.

martes, 18 de marzo de 2008

Tema agrario hoy en el mundo

Después de veinticinco años, el Banco Mundial dedica su informe anual a la agricultura¹ . Una de las razones de esta renovada, aunque tardía, atención al tema agrario es una doble constatación, en apariencia contrapuesta: que a pesar de varios años de crecimiento económico, persiste la pobreza rural, pero que al mismo tiempo el desarrollo agrario es un poderoso instrumento para derrotarla. 

martes, 19 de febrero de 2008

¿Por qué un paro agrario?


Un número importante de agricultores acataron el paro agrario apoyado por Conveagro y la Junta Nacional de Usuarios. ¿Por qué un paro?

Las exportaciones agrarias baten record año tras año. En el 2000 sumaban 779 millones de dóla­res, en el 2006 llegaron a 2066 millones de dó­lares. En la costa, son alrededor de cien mil hec­táreas las dedicadas a la exportación de los lla­mados cultivos ‘no tradicionales’. La produc­ción aquí está organizada en grandes y medianas empresas. El principal cultivo de exportación ‘tradicional’ es el café, que cubre alrededor de 300 mil hectáreas, la mayor parte en la selva alta. En este caso la producción es de pequeños agricultores.

Por otro lado, los precios de muchos productos agrícolas han subido, en principio beneficiando a decenas de miles de agricultores maiceros, algodoneros y arroceros. ¿Por qué parar, entonces?

En primer lugar, la agricultura de exportación costeña, con toda su importancia, no supera el 13% del área cultivada de esa región, y un porcentaje mucho menor de productores. Según el censo agropecuario de 1994, en la costa hay más de doscientos mil pequeños agricultores y minifundistas; menos de 1500 estaban involu­crados en la producción del cultivo estrella de exportación, el espárrago, con el 18.8% del área.[1] Las empresas agroexportadoras mayores de 50 has no llegan al millar. En esta aventura expor­tadora, la pequeña agricultura está prácticamen­te excluida. No es de extrañar que un alto por­centaje de pequeños agricultores sientan males­tar por este hecho. Es sabido que los problemas sociales se manifiestan sobre todo cuando existen grandes desigualdades.

En segundo lugar, no necesariamente los buenos precios de los productos agrícolas benefician a los pequeños agricultores por al menos dos razones. Los costos de producción han aumentado por la elevación de los precios de los insumos. Por otro lado, existen oligopsonios en varios productos que imponen precios.

En tercer lugar, en muchos valles de la costa existe un elevado porcentaje de jóvenes desem­pleados, o muchos de ellos – decenas de miles – son trabajadores eventuales de las modernas empresas agroexportadoras, con bajos salarios y malas condiciones laborales.

En la sierra los motivos de queja justificada son aún mayores. La región como tal, que alberga a la mayor parte de campesinos del país, tiene importantes déficits de bienes públicos: mal comunicada, con deficientes servicios de educa­ción y salud, culturalmente subvaluada, sin acceso a servicios necesarios para la pro­duc­ción. Irritada, además, por sucesivos incumpli­mientos de promesas del gobierno, siendo el último caso la frustración, en Ayacucho, del proceso de concertación iniciado hace siete meses a partir de la Marcha de los Waris en Julio del 2007.

Lamentablemente la respuesta estándar del go­bierno – en general, de los gobiernos - a los paros agrarios es triple. Por un lado, afirman que no hay razón para parar pues los temas que motivan el conflicto ya están siendo negociados con las organizaciones agrarias y que están en curso de solución; por otro, que los problemas del agro tienen muchos años incubándose, y que no pueden ser resueltos por el gobierno de la noche a la mañana. Finalmente, acusan a las organizaciones de actuar por motivaciones polí­ticas, y denuncian a los ciudadanos que pro­testan como ‘agitadores’, ‘desadaptados’ y ‘de­lincuentes’, y son amenazados con el encar­celamiento por impedir la libre circulación de vehículos y personas.

Las dirigencias agrarias nacionales han cumpli­do un papel confuso que muchos considerarán de oportunista, sobre todo visto desde las provincias. No se sabe bien qué negociaron y qué no nego­ciaron con el ministro de Agricultura. Es obvio que los mecanis­mos de comunicación de arriba abajo, pero también de abajo arriba, no están funcionando adecuada­mente. Es dudoso concluir que estas dirigencias se hayan fortalecido con la moviliza­ción de las bases.

Parece evidente que el gobierno no está dis­puesto a flexibilizar los lineamientos expuestos en el manifiesto presidencial “El síntoma del perro del hortelano”, publicado en octubre del año pasado, en los que la pequeña producción no tiene cabida frente a la gran inversión y la gran empresa orientada a la exportación.

En el fondo, el paro agrario es una protesta contra esa política. Es también un alerta a la capacidad de las organizaciones agrarias para defender eficazmente las reivindicaciones de sus bases.


[1] Censo Esparraguero 1998

miércoles, 23 de enero de 2008

El problema étnico: esperanza y riesgo

Con preocupación, el diario El Comercio alerta, en su edición del domingo 13 de enero, sobre el hecho de que las demandas constantes de la población del departamento de Puno por mayor atención del Estado están adoptando “un contenido étnico”.

Recordemos que Puno ha ocupado las primeras planas de los diarios cuando hubo el linchamiento del alcalde de Ilave. Varios comentaron, en un sentido crítico, que este era un comportamiento propio de la cultura aymara.

Lamentablemente los linchamientos también ocurren en otras partes del país que no tienen población aymara, incluyendo la ciudad de Lima, por lo que esa explicación, no exenta de racismo, carece de todo sustento. También Puno ha llamado la atención por otros hechos amplificados por la prensa, como la multiplicación de las casas ALBA y el decidido apoyo del presidente regional al presidente venezolano Hugo Chávez.

A diferencia de Bolivia y Ecuador, el tema de la pluralidad de culturas y etnias apenas merece más atención en el Perú que la que le prestan algunos antropólogos y filósofos. No ha logrado motivar la generación de movimientos sociales, como ha ocurrido en los países mencionados, ni ha llamado la atención de la opinión pública. A este respecto, como al que tiene que ver con el evidente racismo de origen colonial, nuestro país tiene una posición: la del avestruz.

La reivindicación étnica puede tener muchos contenidos. El más obviamente legítimo es el que reclama el reconocimiento de su particularidad y la igualdad de derechos en una sociedad en donde constituyen, los grupos étnicos, minoría pobre y marginada. Es por demás evidente que en el Perú existe una inaceptable segregación étnica. Baste mencionar el hecho que los millones de peruanos y peruanas que no tienen como lengua materna el castellano están en una situación de inferioridad con relación al resto de la población en las diferentes dimensiones de la vida. En el Perú el ser quechua o aymara, sobretodo, pero también poblador nativo amazónico, es cargar con un estigma.

Las poblaciones de etnias minoritarias generalmente son predominantemente rurales, lo cual significa una doble segregación, dada la escasa atención del Estado y del sector privado por las áreas rurales, sobre todo en la sierra y selva.

No es de extrañar, pues, que aymaras, quechuas y amazónicos acudan a fortalecer una identidad étnica para lograr articular a quienes se sientan como parte de una colectividad, y aumentar así su capacidad de presión para acceder a derechos y recursos que les son negados, incluyendo el reconocimiento a su propia dignidad.

Existe el riesgo, es cierto, que la orientación del movimiento étnico desemboque en el racismo y la demagogia, como lo es, en Bolivia, la parte minoritaria pero influyente del movimiento aymara conducida por Felipe Quispe, llamado El Mallku.. Este riesgo, sin embargo, no debe ser un argumento para desconocer la justicia de la reivindicación étnica, y menos aún para desconocer que la principal causa de las reivindicaciones más extremas es el desprecio hacia esos sectores de la población, compartido por los gobiernos de turno y la mayor parte de las clases política y empresarial.

En buena medida depende de los cambios de actitudes de estos sectores y del diseño y aplicación de políticas públicas que sean, al mismo tiempo, incluyentes y respetuosas de las diferencias culturales, el que el movimiento étnico contribuya a la construcción de un país al mismo tiempo único y diverso, al fortalecimiento de la democracia y a un desarrollo económico más equitativo y descentralizado

lunes, 10 de diciembre de 2007

A propósito del «síndrome del perro del hortelano» Un presidente para el siglo XIX


«... hay muchos recursos sin uso que no son transables, que no reciben inversión y que no generan trabajo. Y todo ello por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano, que reza: «Si no lo hago yo, que no lo haga nadie»». Alan García Pérez, presidente del Perú

El artículo del presidente Alan García, publicado en El Comercio el 28 de octubre («El síndrome del perro del hortelano»), ha suscitado encendidos comentarios a favor y en contra. Su principal mérito es que contribuye a promover una discusión —prácticamente ausente en los últimos años— sobre modelos de desarrollo socioeconómico. En lo que sigue, subrayaremos algunas de sus afirmaciones, que nos parecen importantes dada la condición del autor.

El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro
El presidente García suscribe de manera implícita la metáfora atribuida erróneamente a Raimondi: que el Perú es un mendigo sentado sobre un banco de oro. El banco de oro viene a ser la suma de los muchos, variados e importantes recursos naturales que el país posee: las maderas de la Amazonía, la tierra, los recursos minerales, el gas, el petróleo, el mar. El mendigo —que oficia de «perro del hortelano »— representa un mundo heterogéneo compuesto, en la relación presidencial, de minifundistas, comunidades campesinas, poblaciones nativas, pescadores artesanales, trabajadores que exigen derechos laborales y ciudadanos que aún adscriben a «ideologías superadas» (los «anticapitalistas», precisa); en suma, de ociosos, indolentes e indigentes.

Es difícil precisar cuántos ciudadanos están incluidos en esta impresionante relación, pero con toda seguridad supera largamente al número de peruanos que votaron por el presidente García. Para aprovechar el oro —discurre el razonamiento presidencial— hay que desbancar al mendigo. ¿Cómo? Cambiando las reglas del juego para sentar en el banco de oro a los grandes inversionistas. Si son transnacionales, mejor, pues son las que traen la tecnología.

Es así que cobran pleno sentido proyectos de ley como el que otorga poderes especiales a la Cofopri para reconocer y desconocer derechos de propiedad sobre la tierra durante cuatro años, y como el que declara de necesidad pública los intereses particulares de veinte empresas extractivas, con el fin de sortear los derechos de propiedad consagrados por la Constitución, que favorecen también a comuneros, pueblos nativos y otros ciudadanos representados por el mendigo en la metáfora.

La fuente de la riquezaLa segunda afirmación presidencial es que la riqueza del Perú reside sobre todo en sus recursos naturales y no principalmente en la capacidad transformadora de sus ciudadanos. El mundo ha llegado hace tiempo a la conclusión de que el conocimiento es el real creador de riqueza y el capital humano su principal factor, y sobre ellos se sustenta la competitividad. Por eso se habla hoy de la «sociedad del conocimiento». El presidente se retrotrae siglos atrás para considerar que la materia inerte extraída y con escaso valor agregado es la verdadera riqueza. No sorprende, entonces, el disminuido valor que su gobierno —y, justo es decirlo, también los gobiernos anteriores— da a la educación, forjadora principal del capital humano. Sabemos que la educación peruana, sobre todo la pública, es una de las peores en el mundo. En estas condiciones, el Perú no podrá ser competitivo, pues en mucho es simplemente un perceptor de rentas. En contraste, los conocimientos acumulados de campesinos y pueblos nativos sobre las complejas realidades en las que habitan y sobreviven, son ignorados y hasta despreciados por el mundo oficial.

LRA no está contra la gran inversión. Más aún, considera que en muchos casos es indispensable para la adecuada explotación de los recursos naturales, entre ellos los minerales, el petróleo y el gas. Pero, al mismo tiempo, no confunde el fin con los medios, es decir, el mejoramiento sostenible de la calidad de vida del conjunto de la población del país (el fin), con los diferentes tipos de inversión (los medios). Como sosteníamos en el editorial de LRA 87, del mes de setiembre, con respecto a la minería («¿Minería es desarrollo?»): «No existe […] una relación mecánica entre tener y explotar recursos naturales, sean estos mineros u otros, y generar desarrollo»; «es necesario redefinir el papel que [las actividades extractivas] deben tener en el desarrollo local y regional […], no en cumplimiento de una “responsabilidad social” de la empresa —término que suele ser un eufemismo de “relaciones públicas” y que depende enteramente de la voluntad de la empresa—, sino como una función esencial de esa actividad económica. Esta función debería quedar explícita en los contratos».

Lo moderno es lo sostenibleLa tercera afirmación se deriva de la confusión presidencial entre lo que es la tecnología de punta —la que supuestamente trae la gran inversión extranjera— y la manera moderna de explotar adecuadamente los recursos naturales. Gran parte de la tecnología de punta actual de las empresas mineras y petroleras corresponde todavía a un paradigma de la revolución industrial de hace más de doscientos años, en la que la relación con la naturaleza se basaba en «extraer sin reponer». Se constata hoy que las consecuencias acumuladas de este paradigma son terribles: desaparición de especies biológicas, contaminación de las aguas y los suelos, calentamiento progresivo del planeta. Hoy, lo moderno requiere todo lo contrario: es la búsqueda de un desarrollo que asegure la sostenibilidad de los recursos.

Los anticapitalistasEn esta sostenibilidad se está jugando el futuro de la humanidad, como lo acaba de confirmar el 17 de noviembre, en Valencia, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en su XXVII sesión plenaria. El secretario general de las NN.UU., en su alocución final, subrayó que el cambio climático afectará más a los países en vías de desarrollo. «La desglaciación desencadenará inundaciones y conducirá a reducir la disponibilidad de agua en Asia meridional y en Sudamérica ». Y «si las proyecciones más severas del IPCC se revelan ciertas, gran parte de la Amazonía se transformará en llanuras sin vegetación arbórea», advierte.

Estas deberían ser preocupaciones centrales del Perú y de su presidente. Pero García sostiene que hay una corriente anticapitalista transecular que cambia de piel según las épocas: comunistas en el siglo XIX (¡se supone que gobernaron en el siglo XX!), proteccionistas en el siglo XX (¡Gran Bretaña, EE.UU. y otros países capitalistas se caracterizaron por ser proteccionistas!) y ambientalistas en el siglo XXI (¡cuando el premio Nobel de la Paz ha sido otorgado, por sus méritos ambientales, al IPCC y a Al Gore, difícilmente catalogables de anticapitalistas!).

Lo grande es hermoso: la hacienda, nuevo paradigma de desarrollo
Según el presidente García, las tierras de las comunidades son «tierras ociosas porque el dueño no tiene formación ni recursos económicos; por tanto, su propiedad es aparente. Esa misma tierra, vendida en grandes lotes, traería tecnología...». El presidente debería aclarar si los derechos de propiedad de los que «no tienen formación ni recursos económicos» (que califica de «aparentes») son de categoría inferior a los derechos de propiedad de los grandes inversionistas que traen tecnología. Ese es, en el fondo, el sustento de los dos proyectos de ley que mencionamos párrafos más arriba.

La idea de «vender la tierra en grandes lotes, lo que trae tecnología », como solución a la puesta en valor de los recursos naturales, la extiende el presidente a las explotaciones mineras, petroleras, pesqueras y madereras. Su concepción de organización de la economía es, finalmente, la de una multiplicación de haciendas modernas: grandes latifundios (para la agricultura, para la minería, para la pesca, para la explotación maderera y gasífera), de propiedad de grandes inversionistas, por un lado, y miles de campesinos, nativos y pescadores, convertidos en obreros (probablemente mal pagados y mal tratados, dada la escasa capacidad y/o voluntad del gobierno de mejorar las relaciones laborales). Nada más contradictorio a la construcción de una sociedad equitativa, ambientalmente sostenible, con muchos actores, instituciones fuertes, mercados locales dinámicos y un Estado activo y, al mismo tiempo, descentralizado.

El Perú no puede desarrollarse en el siglo XXI con visiones propias del siglo XIX.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Tendencias de transferencia y concentración de la propiedad de la tierra


Artículo publicado en la edición 88 de LA REVISTA AGRARIA (Octubre 2007)


La propiedad de la tierra en el Perú se está concentrando nuevamente, después de tres décadas de la reforma agraria. 
La concentración de la propiedad de la tierra es un tema política y socialmente sensible. Recordemos que una de las razones por las que las reformas agrarias de la década de 1960 aparecían como legitimadas ante la sociedad y los gobiernos fue que había una gran concentración de la propiedad de la tierra, y que ello generaba grandes tensiones sociales. [1] Los gobiernos latinoamericanos, instados por el gobierno de los Estados Unidos, acordaron hacer reformas agrarias tanto para evitar situaciones como la revolución cubana de 1959, como para eliminar obstáculos a los procesos de modernización social y económica. 
El gobierno de derechas de Manuel Prado se adelantó, nombrando una Comisión de la Reforma Agraria y de la Vivienda en 1957, integrada en parte por hacendados relativamente modernos. Una de las recomendaciones del informe, presentado en 1960, fue la de establecer límites – 250 hectáreas – a los tamaños de la propiedad rural. Casi una década después, la ley de reforma agraria del gobierno de Velasco de 1969 fijó los límites a 150 hectáreas de tierras agrícolas. Pero desde 1980 se inició un proceso de liberalización de la propiedad de la tierra que culminó en 1995 con la llamada Ley de Tierras [2], que eliminó todo límite a los tamaños de los predios. [3] Un año antes, 1994, se realizó el último censo nacional agropecuario, que reveló que el 92 por ciento de las 1.74 millones de predios eran menores de 20 hectáreas, y que tres de cada cuatro hectáreas de cultivo bajo riego y una de cada tres de secano están en predios menores de 20 ha.
En los últimos doce años han ocurrido cambios muy importantes, cuyos alcances aún no se conocen con precisión pues no se ha actualizado el censo agropecuario ni se han hecho estudios sobre los procesos de concen­tración. 
Son varios – aquí estamos considerando seis – los procesos que están contribuyendo al proceso de transferencia y concen­tra­ción de la tierra. 
La ampliación de la frontera agrícola en la costa . La modificación de la política de ac­ceso a las nuevas tierras irrigadas ha permitido la formación de modernas empresas agrarias de gran extensión, particularmente en la costa norte (Piura, Lambayeque, La Libertad). La frontera agrícola ganada en el pasado gracias a grandes inversiones públi­cas era entregada, bajo varias modalidades de pago, a pequeños y medianos agricul­to­res. Pero al menos desde la década de 1990, las nuevas tierras irrigadas son puestas a la venta en condiciones tales que sólo pueden ser adquiridas por grandes inversionistas para formar latifundios moder­nos. Así, en 1997 se subastaron, en la Primera Etapa del Proyecto Especial Chavimochic (que incluye el valle Virú), 12751 hectáreas en 76 lotes, en cuatro sectores; en tres de ellos el tamaño promedio de cada lote varió entre 671 y 786 hectáreas, y en el cuarto, 65 ha. En algunos casos, como la empresa Camposol, en el valle de Virú, la extensión supera las dos mil hectáreas. Danper Trujillo posee 1600 hectáreas, la mayor parte de ellas también en Virú. En contraste, en la década de 1980, por ejemplo, las tierras gana­das por la irrigación de Majes, en el departamento de Arequipa, fueron distribuidas en lotes de 5 hectáreas. El criterio de subastar lotes de gran tamaño, al que sólo pueden acceder grandes inversionistas, sigue primando en la actualidad. 
La frontera agrícola en la selva no sólo es abierta por colonos provenientes de la sierra, sino también por grandes adquisiciones de tierras a precios muy bajos. El caso más conspicuo es probablemente Palma del Espino, del grupo Romero, en la zona de Toca­che. En 2004 tenía sembradas 7500 hectáreas de palma aceitera, y actualmente bordea las 10 mil ha. En los cuatro años siguientes seguirá expandiéndose a razón de 1,500 hectáreas anuales.
La concentración vía el mercado de tierras. Puede distinguirse diferentes situaciones: la compra de tierras de pequeños agricultores por empresas agroexportadoras (los mismos departamentos mencionados más arriba, más Ica); el arrendamiento de tierras por las mismas empresas; la adquisición de grandes empresas agrarias por otras empresas agra­rias, notablemente el caso de los complejos agroindustriales azucareros (grupo Gloria en el departamento de La Libertad). Como ejemplo: la empresa Agrokasa posee actual­mente más de 2.6 mil hectáreas. El grupo Romero posee alrededor de 500 hectáreas en lo que alguna vez fue la Cooperativa Agraria Huando, en el valle de Huaral. Según el último censo de productores de espárragos, hay 47 empresas que, en promedio, dedican 280 hectáreas a es cultivo. Como no todas son monoproductoras, la extensión total de muchas de ellas supera largamente ese promedio. La mayoría se encuentran en los valles de los departamentos de La Libertad e Ica. ¿Cuánto hay de capital extranjero en este proceso? Las inversiones extranjeras directas en agricultura – no necesariamente todo en compra de tierras – se sextuplicaron entre 1997 ( 7.7 millones de US$) y el año 2000 (44 millones de US$), cifra ésta que se ha mantenido hasta la actualidad. [4]
La conversión de las cooperativas agrarias azucareras en empresas privadas . Lo notable aquí es la transferencia de la propiedad de los complejos agroindustriales azucareros de las cooperativas de producción – cuyos socios eran los propios trabajadores – a inversionistas particulares. Suman más de 50 mil hectáreas, sobre todo en la costa norte. Son los más grandes terratenientes del país. Mención especial es el grupo Rodríguez Banda, dueños de Gloria y desde hace poco de los com­plejos Cartavio y Casagrande, que suman más de 30 mil hectáreas en un solo valle, Chicama, en el departamento de La Libertad. 
Denuncios y concesiones. Los denuncios y concesiones mineras se extienden particular­mente sobre tierras de comunidades campesinas en casi todos los depar­tamentos andi­nos. Sus derechos como propietarias comienzan a ser cuestiona­dos en la práctica por las empre­sas mineras aún antes de la fase de exploración, a través de distintos tipos de pre­sión, económicas y extraeconómicas, para acceder a las tierras. En la fase de explo­tación los comuneros no sólo pierden sus derechos, sino que las tierras pierden su vocación agraria. Según el Instituto Nacional de Concesiones y Catastro Minero, a la fecha los derechos mineros se extienden sobre más de 14 millones de hectáreas.
 
Los denuncios y concesiones de otras industrias extractivas (petroleras, gasíferas,) en la cuenca amazónica, por su lado, se extienden actualmente sobre miles de hectáreas. En cuanto a las concesiones forestales entregadas, suman 7.5 millones de hectáreas, aproximadamente el 10 por ciento de la superficie total de la selva baja y alta. [5]
 
La producción de biocombustibles. Los estímulos a la pro­duc­ción de biocombustibles (menores precios que los combustibles fósiles, expectativas de exenciones tributarias, subsidios, etc.) están incentivando la formación de grandes planta­ciones princi­palmente de caña de azúcar y palma aceitera. Los complejos azucareros, entre ellos el grupo Gloria y , del que hemos hecho ya mención, dedicarán parte de la producción de caña a la fabricación de etanol. La empresa norteamericana Maple, por su lado, ha adquirido más de 10 mil hectáreas en el valle de Chira para la producción de caña de azúcar para etano, generando desde ya presión sobre la disponibilidad del agua. En el mismo departamento, el grupo Romero dedicará al mismo fin por lo menos 3.5 miles de hectáreas. En la selva, el grupo Romero prevé la expansión del área dedicada a la palma para la producción de biodiesel. El hechizo de los biocombustibles también parece querer apoderarse del programa Sierra Expor­tadora. Su presidente anuncia que se dedicarán 200 mil hectáreas a la canola, para biodiesel. Pero en este caso parece ser más bien un deseo irrealizable. 
Turismo. Aunque en escalas menores, también en algunas zonas de gran atractivo turís­tico las tierras agrícolas adquieren un alto valor para ser destinadas a otros usos, pero con fre­cuencia implicando la pérdida de control por los campesinos y agricul­tores. Es el caso del Valle Sagrado (Urubamba), en el departamento del Cuzco, que paulatinamente se está convirtiendo en un emporio turístico con inversiones en ho­teles, albergues, res­taurantes, casas de campo, etc. [6]
Tendencias
Nada indica que estas tendencias revertirán. Antes bien, algunas de ellas están siendo francamente impulsadas por el gobierno [7], otras seguirán el impulso que ha adquirido la agricultura de exportación. Estas desigualdades crecientes en la distribución de la tierra, (que no debe confundirse con un regreso a la situación previa a la reforma agraria, pues el contexto histórico es completamente diferente) deben llamar a preocupación, pues tienden a profundizar las ya notables desigualdades sociales y económicas existentes en el país. 





 
[1] El censo agropecuario realizado en 1961 indicaba que el 54% de las tierras estaba en manos del 1,2% de las explotaciones agropecuarias, y que tan sólo el 4,3% era controlada por el 84% de las explotaciones.
[2] Ley 26505, "Ley de inversión privada en el desarrollo de las actividades económicas en las tierras del territorio nacional y de las comunidades campesinas y nativas", promulgada el 14 de julio.
[3] Sobre la evolución de la legislación que estimuló estos cambios, ver Fernando Eguren, "Las políticas agra­rias en la última década: una evaluación". En F. Eguren, M. Remy y P. Oliart, (editores), Perú: el problema agrario en debate. SEPIA X. Sepia/Oxfam, Lima, 2004. También en la Web en www.sepia.org.pe.
[5] Antonio Brack Egg, "Opinión sobre el proyecto de ley Otorgamiento de tierras de dominio del estado en la amazonia peruana para fines agropecuarios y agroindustriales ". Lima, 15 de enero del 2007
[6] Aunque no necesariamente se refieran a tierras agrícolas, es expresión de la notable transferencia de los derechos sobre la tierra en proceso en el país la rápida privatización de muchas playas de la costa –algunas de ellas de comunidades campesinas-, tanto en el sur chico como en los departamentos norteños de Piura y Tumbes.
[7] Como ejemplos están las propuestas del Ejecutivo de recortar casi 210 mil hectáreas del Parque Nacional Bahuaja Sonene para extracción petrolera, de declarar de interés público 20 grandes proyectos de extracción; también, el mantenimiento de los criterios de asignación de nuevas tierras irrigadas a inversionistas grandes y la promoción de la producción de agrocombustibles.