La Revista Agraria reunió a reconocidos expertos para reflexionar sobre los actuales retos de la agricultura familiar en el país. Participaron Julio San Román, agrónomo y agricultor en el valle Chancay-Huaral; Juan Torres, ecologista y profesor de la UNALM; Roberto Ugás, agrónomo y profesor en la UNALM; y Mario Tapia, agrónomo y especialista en cultivos andinos.
ACCEDER A TECNOLOGÍAS
En general, se
considera que los rendimientos de la agricultura familiar son bajos y que esto
se debería, en parte, a tecnologías atrasadas. ¿Qué se necesita para que las
tecnologías nuevas, mecánicas, electrónicas, biológicas, etc., puedan ser
aprovechadas por la agricultura familiar? ¿Qué limitaciones o posibilidades
existen?
Julio San Román: El
problema que veo, por lo menos en el caso de Huaral, es que la agricultura
familiar usa cada vez menos tecnología; cada vez le interesa invertir menos en
agricultura porque no es la actividad más importante para su ingreso económico.
La gente no vive principalmente de la agricultura; entonces, no le interesa la
productividad de su parcela. Por otra parte, en el caso de las tecnologías nuevas,
el gran límite es el costo. Aunque en el caso del riego por goteo los precios
han bajado muchísimo, aun así, el gran problema es que la gente tiene miedo
porque considera que se necesita mucho dinero.
Juan Torres: Los
agricultores, sobre todo los andinos, son más biotecnólogos y tienen más
historia de manejo genético y de variedades, pero no tienen historia sobre
tecnologías relacionadas con el riego por aspersión, por ejemplo. Conocen más
sobre biotecnología y ahí se mueven muy bien, manejando variedades para
determinadas características climáticas como sequías y heladas. También se
saben mover con plagas, pero no en tecnologías mecánicas. Creo que la pequeña
agricultura se vería fortalecida si logra juntar su vieja tradición
biotecnológica con los conocimientos y aportes de la ciencia agrícola
contemporánea; por ejemplo: almacenamiento de agua, riegos presurizados,
invernaderos. Si se logran combinar esas dos cosas, la agricultura familiar se
potenciaría mucho.
Roberto Ugás: Creo que
considerar las tecnologías de la pequeña agricultura como «atrasadas» es una
afirmación cargada de ideología. Es lógico que la sociedad, en su conjunto,
considere que los nuevos adelantos tecnológicos caracterizan lo «moderno». Eso
también se da en la agricultura cuando, por ejemplo, se introducen variedades
nuevas que libera el INIA (1) : hay diez años de investigación para liberar una
nueva variedad, y tienen un éxito enorme en algunos cultivos. Así que no hay un
rechazo del pequeño productor a los adelantos tecnológicos; el problema es que
no hay suficiente investigación que sea apropiada para desarrollos tecnológicos
de pequeña agricultura. Y si existe, no está cerca o no está disponible: no
tienen la carretera al costado, no tienen teléfono o no tienen internet. Entonces,
creo que hay un problema muy grande de acceso a la tecnología. La investigación
no ha priorizado la realidad del productor más pequeño o del productor
familiar. ¡Y por supuesto que se pueden aprovechar las tecnologías nuevas! Hay
un camino enorme para realizar inversión gubernamental en investigación y
acercar las nuevas tecnologías a los pequeños productores. Además, mirando la
experiencia mundial, es imposible pensar en el desarrollo de la pequeña
agricultura si no se hace inversión pública en investigación apropiada para la
pequeña agricultura.
Mario Tapia: En el país se
olvidan las experiencias que hemos tenido. La cooperación internacional ha
invertido insumos tremendos en tecnologías para el desarrollo de la agricultura
familiar, y existen resultados, pero no hay difusión suficiente y concuerdo en
ello con Roberto. La tecnología hay que dividirla entre nuevas y tradicionales.
Muchas de las tecnologías tradicionales han respondido durante siglos, en la
región altoandina, a esa realidad de tierras en altura, pendientes, planicies,
exceso de agua o deficiencia de agua; ahí tenemos el caso del actual manejo de
laderas con terrazas y, en las zonas planas, con los sukakollos(2) . Acabo de
estar en Puno, en la comunidad de Caritamaya, al sur de Ácora, que ha generado 18 hectáreas de
sukakollos y, con ello, seguridad alimentaria: obtiene 18 toneladas de papa, en
comparación con el agricultor que no tiene sukakollos, depende del clima y que
sólo obtiene entre 5 y 6 toneladas. ¡Y esa es una tecnología local! Sin
embargo, algunos sukakollos no tuvieron éxito porque se pensó, erróneamente,
que estas tecnologías se hacían de un año al otro, cuando en realidad se van
construyendo poco a poco. Muchos sukakollos se hicieron en un solo año porque
había que cumplir metas y demostrar que se habían hecho. Y claro, no
funcionaron.
Roberto Ugás: Creo que hay
mucho espacio para grandes avances tecnológicos, por ejemplo, en el control de
plagas y enfermedades que son un problema. Si uno se va a la empresa Camposol,
observará que siembra, todos los años, 150 hectáreas de ají
habanero para producir su propio insecticida: han traído un habanero súper
picante, lo siembran, lo procesan, y esa es una tecnología de la pequeña
agricultura. Hay varios ejemplos de cómo la gran agricultura peruana está
beneficiándose de lo que los pequeños agricultores han hecho toda la vida.
Mario Tapia: Otro caso
interesante es el de la fertilización. Si hablamos de agricultura familiar,
allí se usan recursos como estiércol o materia orgánica. Pero ¿qué ocurre? No
hay una política que limite el uso de estiércol por parte de las empresas
ladrilleras, que queman miles de toneladas de aquel. El agricultor prefiere
vender su estiércol porque significa plata rápida en el bolsillo, en lugar de
utilizarlo adecuadamente. Debemos recordar que también hay proyectos que han
demostrado que la tecnología puede provocar un gran cambio en la economía
familiar: es el caso de Sierra Productiva, que ofrece 17 tecnologías para que
el campesino pueda utilizarlas. Eso debería ir unido a la organización
campesina o a las comunidades y no privilegiar solo a un campesino. Lo
interesante de las tecnologías es que deben mostrar que sí funcionan en el
campo; el campesino tomará su propia decisión de adoptarlas o no.
CONSERVAR LA BIODIVERSIDAD
¿La
biodiversidad puede servir, de manera realista, para el beneficio económico de
la agricultura familiar? ¿Se puede pensar en mantener y desarrollar la
biodiversidad sin la existencia de una economía campesina o una agricultura
familiar?
Julio San Román: Creo que
la agricultura pequeña es la que más va a aportar en el tema de la
biodiversidad, aparte de los institutos de investigación, que lo hacen
formalmente. La agricultura familiar es la que ha mantenido y mantiene la
biodiversidad de muchísimos cultivos, no solo nativos, sino también importados;
la gran agricultura no lo va a hacer. En el caso de la sierra es mucho más
importante, porque al campesino le gusta tener variedad debido a que esta es
funcional para su consumo. Entonces, tienen un poquito de maíz, de papa, de
oca, etc.; eso les obliga a mantener la biodiversidad.
Mario Tapia: ¿Puede haber
desarrollo de la biodiversidad sin agricultura familiar? Bueno, hay dos formas
de conservar: la conservación ex situ(3) (banco de germoplasma, jardines,
herbarios) y la conservación in situ, donde es imprescindible la presencia de
esa agricultura campesina o familiar que ha mantenido por siglos la
agrodiversidad. Es decir, nosotros, los agrónomos, hemos tenido el pecado de
ser formados, algunas veces, en mejorar la variedad y uniformizarla; decimos
que esa es la más productiva y la que el agricultor debe sembrar. Pero el
campesino ha dicho que no, porque vive en montañas, con un clima diverso y
variable. El campesino dice: «Si no mantengo esa diversidad, mi seguridad
alimentaria peligra», porque esta variedad mejorada puede ser buena un año o
dos, pero viene una plaga, una enfermedad o un factor climático y desaparece.
Roberto Ugás: Creo que la
economía campesina es fundamental para la conservación de la biodiversidad,
pero no es suficiente. La biodiversidad tiene que ser reconocida de una manera
diferente: no son simplemente plantas o animales creciendo ahí. El Perú, que es
uno de los países más ricos del mundo en agrodiversidad, debe tener claro que
se necesita una inversión pública directa para fomentar que los pequeños
agricultores conserven la biodiversidad. ¿Qué sucede, en la actualidad, con el
desarrollo gastronómico del Perú? Uno promueve que los pequeños productores de
papas nativas se conecten con los restaurantes de Cusco o Lima, y lo primero
que dice el restaurante es: «Lo siento: son interesantes tus doscientas
variedades de papa, pero yo no puedo lidiar con doscientas variedades. A mí me
interesan solo cuatro». Y esas cuatro se las encargan a sembrar a un mediano
productor, para cumplir con el abastecimiento regular de esas papas a los
restaurantes. El restaurante —como cualquier consumidor urbano— todavía no
entiende que la conservación de la biodiversidad en la chacra exige, también,
un consumo diverso. El rol del consumidor urbano de la ciudad, en la
conservación de la biodiversidad en el campo, es fundamental en el Perú. Creo
que no estamos haciendo lo suficiente para sensibilizar a la población acerca
de que sin un consumo diverso no hay posibilidad de mantener la biodiversidad
en la chacra.
Mario Tapia: En el caso de
la quinua, por ejemplo, hemos ganado un proyecto, «Razas de quinua en el Perú»,
que está muy relacionado con la biodiversidad. Si el Perú define las razas de
quinua que posee y las registra conforme a ley, por lo menos tendrá moralmente
—y ojalá económicamente— la imagen mundial de que esos recursos son para
beneficiar al mundo, pero con una compensación a los conservacionistas. Nos
vamos a unir con las universidades y con el INIA para definir las razas de
quinua que tenemos en el país: estoy hablando de chullpi, witulla, quinua
negra, pasankalla, etc.; es decir, todo lo que los campesinos han generado con
información sobre la biodiversidad, para hacer la identificación del ADN, el
registro, que es como la partida de nacimiento. Así podremos decir: «El Perú
tiene estas clases de quinua, con las cuales el mundo se puede beneficiar, pero
reconozcan nuestro aporte». El país debe invertir en esas zonas porque son los
campesinos quienes están conservando esta biodiversidad para el Perú y para el
mundo. En el Año Internacional de la
Quinua debería reconocerse, por ejemplo, a los agricultores
conservacionistas de la quinua.
Juan Torres: Veo que los
campesinos que tienen más agrobiodiversidad están económicamente más pobres.
Están en las partes más altas y en los lugares con mayor dificultad de acceso,
que son justo los lugares de donde se compra o se traen las semillas. Quizá la
agrobiodiversidad debe considerarse como un servicio ecosistémico o un servicio
ambiental, y debemos empezar a ver a los campesinos, que son verdaderos
botánicos, como guardianes de esa gran biodiversidad. Y esto ocurre no solo en
el Perú, sino también en Mesoamérica. Por ejemplo, Chiapas es uno de los
lugares más pobres de México y, al mismo tiempo, uno de los más diversos.
Etiopía es uno de los lugares más pobres del mundo y uno de los más diversos.
Un amigo economista me decía: «Juan, la agricultura de la biodiversidad no es
la agricultura triunfante; la agricultura de la homogeneidad y de la gran
escala es la triunfante. La agricultura de la pequeña escala y de la gran
diversidad tiene un lindo pasado, pero hoy día no tiene futuro». Él hablaba
como economista. Sin embargo, hoy día, el cambio climá- tico hace que todos los
reflectores vuelvan a enfocarse en esos sectores, donde podríamos tener
aquellos genes rústicos que podrían aumentar la resiliencia (4) de las
variedades mejoradas.
Mario Tapia: Un aspecto
que debe considerarse es que una comunidad que conserva la biodiversidad puede
ser la más pobre económicamente, pero también la más reconocida. Entonces,
haber conservado la biodiversidad le da un estatus social que le permite ser
más viable y tener ventajas. Y esas comunidades son las que por lo general
tienen más atención de la cooperación internacional.
EL PAPEL DE LAS UNIVERSIDADES
Las
universidades y otros centros de investigación parecen desenganchados con los
temas de la agricultura, de los desafíos del cambio climático o de la seguridad
alimentaria. Esos temas parecen no ser los grandes objetivos de las
universidades y los centros de investigación...
Mario Tapia: Las
universidades regionales, como las de Ayacucho, Puno y Cusco, a pesar de todas
las limitaciones, han avanzado en muchas investigaciones para el desarrollo de
la agricultura familiar, quizá por su cercanía al medio rural. Sin embargo, en la Universidad Agraria,
cuando hablaba de cañihua, el 99% de los estudiantes no la conocían ni de
nombre. Las universidades deberían reducir sus años de enseñanza en aulas a
solo cuatro, y un año debería emplearse en salir al campo. Eso formaría al
profesional con una relación vívida. La Universidad Agraria
es mi universidad, pero es demasiado urbana. Ha perdido el contacto con la
realidad agrícola,
Julio San Román: Yo
ingresé a La Molina
hace cincuenta años; en esa época había muchos estudiantes, de otras
universidades, que iban a La
Molina a hacer su posgrado. La universidad La Molina siempre ha sido la
de más prestigio y todo el mundo quiere ser «molinero». Sin embargo, en temas
de investigación, mi universidad, y muchas otras también, son una campana de
cristal, de donde no salen ni dejan entrar a nadie. Las universidades están
encerradas totalmente en sus problemas y los inventan y resuelven allí, y en
general no salen.
Roberto Ugás: Algunas
cosas están cambiando en el mundo universitario. Ahora hay una gran demanda de
las universidades del interior, muchas de las cuales tienen más dinero
disponible, para invertir en investigación, que las universidades nacionales de
Lima. Pero uno de los grandes problemas para hacer investigación es que el
sistema público de gestión de fondos simplemente desincentiva realizarlas.
¡Para comprar una caja de clips se tiene que hacer un trámite espantoso!
Entonces, el tiempo y los recursos que se dedican a administrar y hacer todos
los trámites para el uso de esos recursos, privados o públicos, son una locura.
No existe un país desarrollado, sin un sistema público mínimamente solvente de
investigación agraria; no existe. Es imposible que el Perú se desarrolle sin un
sistema público de investigación agraria. Y salir de eso pasa por cambios
radicales que deben suceder en el INIA y en sus relaciones con la sociedad. Hay
un desincentivo general hacia la investigación, debido a los sistemas públicos
en la gestión de recursos.
Juan Torres: Yo diría que
el cambio debería ser aún más radical. Agricultura familiar, culturas,
diversidad, agriculturas campesinas, indígenas, tecnologías tradicionales, todo
ello implicaría un cambio epistemológico. ¡Es otro episteme! Es el
reconocimiento de otras formas de conocer la agricultura. Científicamente
hablando, somos periféricos: no estamos en los lugares donde se generan los
conceptos científicos. Miremos el caso del INIA, que es la ciencia agraria
clásica, simbolizado en un tractor, pero que no reconoce los diversos matices.
Pongo un ejemplo: el caso de las ciencias biológicas, que son clásicas y
desprecian otros tipos de conocimiento. Entonces, se necesitaría un cambio
fuerte de concepción en la universidad. No sé si estaré vivo para ver una
Universidad Agraria con asháninkas, mashiguengas, aimaras, quechuas, catacaos,
sechuras, que también son parte de las culturas que conocen este entorno
natural, su agricultura y cultivares. Y que estén al lado de un Centro
Internacional de la Papa,
que es un centro de investigación de biotecnología. ¿Cómo lograr combinar eso?
Ello implicaría un cambio epistemológico, de reconocer otros epistemes.
Mario Tapia: El caso del
INIA es especial, pues siendo el centro de innovación agrícola, no tiene los
recursos suficientes. También está centralizado. Además, los cargos no son
técnicos. Una vez me ofrecieron la jefatura del INIA y puse la condición de que
fuera bajo un contrato de cinco años, como mínimo. Le dije al ministro de ese
entonces: «Con todo respeto, a usted lo pueden botar. Y yo en un año o seis
meses no puedo desarrollar un programa de investigación, porque, mínimo, son
cinco años». Eso ocurre en todos los países: en Argentina, para hacer un
programa de investigación se hacen contratos de largo plazo. El INIA debe ser
una empresa de investigación, pero con resultados económicos. Debería ser
eficiente en producir y en generar sus propios ingresos.
Julio San Román: El tema
del INIA es, a mi juicio, básicamente político. Los cargos se otorgan a dedo, y
en la medida en que eso sucede, ¡pues el nombrado tiene que mirar el dedo y así
no funciona nada! En general, eso pasa en todo el sector público y no solo en
el INIA: cada partido lleva a su gente y desgraciadamente no incorporan
técnicos, sino a administrativos o a quienes hicieron la campaña. Hace poco se
decía que el 10% de empleados del INIA eran profesionales técnicos y que el
resto era personal administrativo. Entonces, ha sido sabia la decisión de
Mario, de no aceptar la jefatura del INIA. ¿Qué jefe, por más capaz que sea, va
a poder manejar esa situación? En algún momento anunciaron, en este gobierno,
que iban a reestructurar el INIA, pero hasta ahora eso no ha sucedido. ¡Era un
sueño que teníamos, pero ahora la situación está cada vez peor! ¿Qué podemos
hacer como país para que esa institución, que es fundamental para el desarrollo
rural, pueda mejorar?
Notas
1 Instituto
Nacional de Investigación Agraria.
2 Campos de
cultivo elevados, conocidos como «camellones», que evitaban las inundaciones.
3 La
conservación ex situ consiste en el mantenimiento de algunos componentes de la
biodiversidad fuera de sus hábitats naturales.
4 La resiliencia
social es la capacidad de grupos o comunidades de adaptarse y organizarse para
responder a las amenazas sociales, políticas o ambientales.
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