martes, 7 de mayo de 2013

Editorial: ¿Es la agricultura una actividad extractiva?


En el Perú y en otros países de América Latina se debate sobre el modelo «extractivista», entendido como la característica principal de un estilo de crecimiento económico centrado fundamentalmente en la explotación de los recursos naturales, sobre todo en la extracción de recursos mineros y de hidrocarburos.
Hay varias críticas a este modelo. En primer lugar, depende principalmente de la generación de rentas, es decir, de una ganancia que se basa sobre todo no en la eficiencia ni en la competitividad, sino en el simple hecho de que el Perú —y algunos otros países— tiene recursos naturales que otros países no poseen o por lo menos no en la abundancia requerida, razón por la cual los que sí cuentan con esos recursos pueden cobrar un plus, una renta. El Perú tiene muchos y diversos recursos naturales; por ello, la renta que obtiene es cuantiosa.

Una segunda crítica al modelo extractivista es que genera escaso valor agregado. El valor agregado lo da la transformación de las materias primas en bienes con gran contenido de conocimiento. El Perú exporta, sobre todo, materias primas poco procesadas, e importa esas mismas materias pero ya transformadas intensamente, como computadoras, complejos bienes de capital, etc.

Un tercer rasgo del extractivismo es su referencia casi exclusiva a recursos naturales no renovables, como los minerales, el gas y el petróleo, que una vez extraídos no se pueden reponer.
La pesca y la agricultura, ¿son actividades extractivas? La pesca es extracción de peces del mar, lagos y ríos; pero, a diferencia de los minerales y los hidrocarburos, es un recurso renovable. Sin embargo, puede no serlo si la falta o violación de la regulación de la pesca termina con la reducción y eventual extinción de especies pesqueras.

¿Y la agricultura? Es una actividad también renovable (aunque hay modos de hacer agricultura que destruyen, a la larga, los recursos de los que depende); la pregunta es si nuestra agricultura moderna puede ser una actividad de alto valor agregado. Puede serlo si antes de la producción agrícola misma hubiese una intensa, abundante investigación biológica, física, química, agronómica, etc., de alta calidad, que diese lugar, por ejemplo, a variedades de plantas y semillas de alto rendimiento y resistencia a los avatares climáticos, en escalas mucho mayores que los modestos avances actuales; a técnicas de cultivo altamente productivas y al mismo tiempo sostenibles; etc. Ello implicaría que las universidades —no una o dos, sino la mayoría; sobre todo, las de provincias— tengan suficientes recursos financieros; personal calificado del más alto nivel y en cantidad suficiente; laboratorios modernos; vinculación intensa y sistemática con la comunidad científica internacional; y, principalmente, una clara conciencia de su misión como universidad. Implicaría también que estos conocimientos fuesen extensamente difundidos. Todo esto es difícil de alcanzar sin una política estatal de mediano y largo plazo.

Lo que más caracteriza a nuestra agricultura moderna es que sea, en alto grado, una «maquila» que importa semillas, insumos, bienes de capital, software, asesores; es decir, que importa insumos ricos en conocimientos. ¿Y qué aporta? Sobre todo, recursos naturales: tierra, agua, buen clima, y mano de obra barata; también, un cierto talento empresarial y comercial.

Sería injusto decir que las universidades peruanas y otras instituciones de investigación no aportan (lo hacen, pero a una escala clamorosamente insuficiente), o que no haya empresarios agrícolas progresistas y creativos. Pero mientras no haya un salto cuantitativo y cualitativo, nuestra agricultura puede estar muy cercana de ser calificada como una actividad extractivista.

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